lunes, 29 de agosto de 2011

ESPERANZA


Esperanza se despertó pronto aquella noche. Se desperezó y empezó a bostezar. Tenía esa rara costumbre de bostezar varias veces seguidas antes de despejarse. Se sentía feliz. Le gustaba oír la respiración de su madre cuando estaba tranquila. Eso sólo ocurría por las noches, y no todas. Pero le encantaba despertarse en medio de la noche y sentirse segura, tranquila, llena de paz.
Cuando era de día su mamá siempre le hablaba, pero no paraba de moverse, siempre estaba ajetreada y pasaba la mayoría del tiempo fuera de casa. Iba a limpiar al chalet de María, que era la señora con la casa más grande de aquella zona y le hacía la comida, cuidaba a Belén por la tarde, una anciana que siempre le contaba cuentos. Y cuando llegaban las ocho corría a su casa para tener todo preparado. También conocía a Sergio, era su hermano. Le gustaba. Él era el que le contaba muchas cosas aunque a veces también la empujaba. Y un día sin saber por qué le dijo a mamá que la culpa de todo la tenía ella. No sé que le pasaba a mamá pero debía estar muy triste porque solo lloraba.
            Esta noche no sabía porqué se había despertado tan pronto. No oía nada raro y cómo estaba todavía cansada decidió cerrar sus ojos y acurrucarse un poco antes de empezar su actividad diaria. No había pasado ni un minuto cuando volvió a sentir ese fuerte impacto. No sabía de donde venía. Ahora agudizó su oído. Su mamá también se había despertado, nerviosa. Su corazón empezó a moverse más rápido. Gritó. Y se cayó. Ella volvió a recibir otro golpe. Y otro y otro. Oía la voz de Paco. No quería llamarlo papá porque no era bueno con mamá. Siempre le gritaba e insultaba a mamá y a Sergio cuando estaba nervioso o si la comida estaba salada. Por eso mamá siempre estaba fuera de casa.
Ella sabía que mamá se quería ir lejos. Pero no podía hasta dentro de un tiempo. Algunas noches cuando estaba tranquila su mamá le contaba cómo iban a vivir felices lejos de Paco. Sergio, ella y su mamá se irían a una ciudad grande donde hubiera columpios y ferias y no oirían nunca más esos gritos. Ahora sólo sentía golpes. Oía a su mamá casi sollozando, y ella también empezó a sentir las lágrimas en sus ojos por no poder ayudarla. Le suplicaba.
-“Por favor Paco, con ella aquí no. Por favor. Me dijiste no que no me tocarías hasta que ella estuviera fuera. Por favor nos vas a matar.”
“Esa es de otro, so puta. Me engañas y lo sé. Te voy a matar y a ese monstruo también”.
Después de sentir un fuerte dolor en su nariz, oyó como su mamá le decía a Sergio que saliera y avisara a su abuela. Paco intentó cogerlo, pero Sergio veloz se fue corriendo calle abajo. Ellas se quedaron allí, acurrucadas en un lado, con aquel enfurecido monstruo que había tomado diez cervezas de más y se creía más grande que nadie. Seguía golpeando a su mamá que ya casi ni susurraba.
Antes de que Sergio volviera, él la golpeó tan fuerte que ella se retorció. Cerró los ojos y a lo lejos oyó una sirena. Cuando los abrió la luz la cegó. Su mamá estaba allí tirada a su lado. Con todo el camisón rojo.
La gente se agolpaba alrededor. Sergio se abrazaba a ella que con sus ojos cerrados ya no se movía. Todos hablaban atropelladamente. Los médicos con sus máquinas pusieron muchas cosas por en medio. 
Pero la pesadilla había terminado.
Esperanza nació el día que su mamá murió a manos de un bárbaro que la maltrató hasta quitarle lo que más quería, a su hija Esperanza. Solo recordaba la voz de su madre, y su leve mecer antes de dormir. Oía las sirenas. Quería irse con su mamá. Al cielo, donde estaban las personas buenas y donde su padre no podría tocarlas más. Le dio pena de Sergio, crecería solo. Terminó cerrando sus ojitos una hora después de dejar el vientre de su mamá. 
Y el cielo acogió a estas criaturas para darles la paz que siempre habían merecido.