La reforma laboral, que la mayoría no conocemos a fondo, no es una buena solución para los tiempos de crisis. Me gusta más el pensamiento de corte keynesiana, pero veo que tampoco nuestros políticos valoran esa posibilidad. Y yo, todavía no estoy en poder de hacer mi dictadura personal. Bromas a parte, los tiempos de crisis nunca fueron buenos, pero lo que realmente me molesta no es ya la falta de previsión en el futuro ni los recortes momentáneos, que también, sino la afirmación categórica de que todos debemos apretarnos el cinturón, mientras que los que me gobiernan, el ejemplo público de lo que el ciudadano de a pie debe ser, no nota la crisis.
Si su hijo tuviese que acogerse a estas medidas, ¿también seguirían de acuerdo?
Incluso, si alguien me dijera que todas estas medidas, tan drásticas y tan determinantes, van a ser la solución para una sociedad mejor, permitiría un abaratamiento del despido para que las empresas fomenten el empleo, un recorte de los beneficios del trabajador para repartirlo en ayudas sociales, una subida de los intereses para blindar la sanidad pública. Pero ¿díganme si estas medidas serán las que nos lleven a esas conclusiones o por el contrario todo será un poco más complicado?
Mi razón para no ir a la huelga no se contradice con los supuestos que se piden, aunque siempre radicalizados por unos pocos, se basa en una condición personal de alguien que no llega al antes conocido mileurista. Se basa en un pensamiento racional que cree que la paralización de los servicios beneficia únicamente al que tiene que pagar y penaliza al que tiene que usarlos. No niego que debamos alzar la voz cuando no estemos de acuerdo con las medidas acordadas, sólo que cada uno debe alzarla como quiera.
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